Drácula: el terror de Bram Stoker resurge en forma de miniserie

Netflix vuelve a hacerse eco de una de las últimas apuestas de la BBC. En esta ocasión, le dan la oportunidad a Drácula, la miniserie que adapta la famosa historia de Bram Stoker, una de las obras de terror más conocidas por el público. Los vampiros reconquistan la pantalla, esta vez de la mano de Mark Gatiss y Steven Moffat, que ya han trabajado juntos en exitazos como Doctor Who y Sherlock. Una vez más, se reúnen para traernos una historia inquietante que quiere seguir con la estela del auge de las miniseries, contando con Claes Bang como protagonista.
Jonathan Harker es interrogado por unas monjas en el convento en el que está recuperándose. Allí, demacrado, relata los sucesos ocurridos en el castillo del Conde Drácula, donde vivió una horripilante experiencia. En esta ocasión, Harker es transformado, convirtiéndose en un no muerto. Allí, huyendo de las maldades de Drácula, Van Helsing (encarnado esta vez por una mujer) planea la forma de acabar con este demonio de la noche: “Soy todas sus pesadillas en una. Una mujer instruida con un crucifijo”.
Poco tendrán que ver los próximos capítulos con la obra de Bram Stoker. La segunda parte nos lleva a los sucesos espeluznantes en un barco en el que Drácula viaja camino a Londres. Finalmente, el tercero nos lleva nada más y nada menos que a la actualidad. Bien es cierto que ya se ha dicho y hecho mucho sobre el género vampírico, pero son pocos los casos de éxito. En este caso, la miniserie se queda a media, dejándonos con una premisa final aceptable pero que no se desarrolla lo suficiente a lo largo de la trama, centrándose más en cómo apartar la mirada del espectador de la pantalla que en hacer un análisis profundo de la psicología de Drácula.
Gatiss y Moffat se han declinado por una versión oscura, donde el terror se entrelaza sutilmente con lo grotesco, donde la sangre y el asco coquetean con el miedo. Si es cierto que la adaptación se queda a medio camino, faltándole esencia de la historia original. Por otro lado, el personaje de Van Helsing (Dolly Wells) resulta maravillosamente adictivo, siendo realmente el atractivo de esta ficción. Su ironía y desparpajo acaban conquistando al espectador. Igualmente, podríamos hablar de la interpretación de Claes Bang, al que le falta esa esencia seductora e intrigante del vampiro más famoso del mundo.
Los creadores de Sherlock no han dado esta vez con la tecla del éxito. Los más “puristas” considerarán esta adaptación como un coqueteo ligero de lo que es en esencia Drácula. Atrás quedaron los mitos, ni las explicaciones del origen de los vampiros, ni siquiera entrevemos el lado más seductor de estas bestias. Solo vemos hambre, sangre, miedo, muerte. Y es esta la reflexión final en la que podríamos haber ahondado más: la muerte para un vampiro.
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