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‘Patria’ (2020): anatomía de un instante

El terror de ETA aún sigue vivo, con cicatrices muy difíciles de sanar, marcas que siguen latentes, recuerdos demasiado vivos. Tal vez a mi, que nací en 1992, el dolor se me hace un tanto lejano. Sí, he sido testigo de terribles atentados, sé qué ocurrió con Miguel Ángel Blanco, he visto durante años las imágenes de se busca en la televisión. ETA anunció el final de la violencia el 20 de octubre de 2011. España parecía un país más pacífico, pero no estaba a salvo del dolor, de los daños colaterales. Porque eso es lo que se analiza y revisa una y otra vez en ‘Patria’, los daños colaterales. 

Soy de Andalucía, concretamente de Sevilla, orgullosa de mi tierra y de mis raíces. Llevo casi ocho años saliendo con un chico vasco. Nuestra relación está plagada de choques culturales que, a mi parecer, le dan “chicha” a nuestra relación. Pero hay imágenes que nunca dejarán de sorprenderme. La primera vez que visité el País Vasco fue para visitarlo en Vitoria, donde estudiaba. Me he enamorado de sus capitales, de sus pueblos, de cada montaña y vista al mar. Me encantan sus tradiciones y pienso que son encantadores. Cuando volvía al sur, algunos me preguntaban: ¿hay muchas ikurriñas? ¿Viste muchas referencias a ETA? Y entonces comprobé que, igual que en el sur somos todos unos “catetos”, la visión que hay de Euskadi es que, cada esquina, hay un terrorista. Lo malo del estereotipo estúpido y ruin que se cuece en cada esquina de nuestro país. 

De mis muchos viajes para mantener viva mi relación a distancia, recuerdo que lo que más me sorprendía eran los balcones llenos de banderas blancas. “Euskal Presoak. Euskal Herrira”. He visto manifestaciones en favor del acercamiento de los presos, marchando en silencio por las calles de Donosti, como un cortejo fúnebre. Ese día, fui consciente de que el dolor es historia de dos. El euskera suena en los bares, como un dulce susurro poético cuya finalidad es pedir un pintxo. Las fiestas animadas, llenas de talos, gentío con txapelas. Pero, en cada casa hay una historia. Y aunque el tiempo haya pasado, Euskadi sigue recordando. No olvida. Las cicatrices van sanando, pero las marcas seguirán ahí siempre. 

En 2016, Fernando Aramburu nos dejó sin palabras. En 2020, lo hace Aitor Gabilondo. ‘Patria’, una de las series más esperadas de este fatídico año, ha triunfado en HBO España, emocionando a todos los telespectadores que han disfrutado de esta adaptación. Dos familias, un instante que lo cambia todo, un conflicto, una lucha, y el paso del tiempo. Bittori (Elena Irureta) quiere volver al pueblo. ETA ha anunciado el fin del conflicto y ella solo quiere volver a su hogar, del que tuvo que irse tras el asesinato de su marido “Txato” (José Ramón Soroiz). Pero la historia no es tan simple, está llena de matices y puntos de vista. Dos familias uña y carne separadas por la lucha de ETA. Miren (Ane Gabarin) vive la tragedia de su hijo, antiguo miembro de ETA condenado a pasar sus días en una cárcel de Cádiz, en la otra punta del país. 

Bittori sabe que se acerca su final y solo quiere una cosa: saber la verdad de lo que ocurrió aquella tarde, cuando su marido se disponía a volver al trabajo. Sus hijos, Nerea (Susana Abaitua) y Xabier (Íñigo Aranbarri) han vivido a su manera el dolor de tener un padre víctima de ETA. Ella, huyendo de lo ocurrido, avergonzándose de ser una hija de la tragedia. Él, incapaz de soportar el dolor, triste y preocupado por la oscuridad que se ha situado sobre su familia. Y mientras, Bittori sigue hablando con su difunto marido, contándole las novedades que se cuecen en cada visita al cementerio.

Miren ha visto como los años han agriado su carácter. Su marido Joxian (Mikel Laskurain), mejor amigo del difunto Txato, vive en silencio los remordimientos y el dolor de la pérdida de su compañero. Su hijo Gorka (Enero Sagardoy), alejado de la historia de su familia; su hija Arantxa (Loreto Mauleón), víctima de un ictus y obligada a depender de ayuda para todo; Jose Mari (Jon Olivares), viendo los días pasar en la cárcel mientras paga por los errores cometidos. 

Las heridas volverán a abrirse cuando Bittori decida volver a casa, a retomar su vida allí donde la dejó aquella tarde lluviosa en la que dispararon a Txato. Y entonces, entra el juego de cámara, los distintos puntos de vista, la anatomía de ese instante y los acontecimientos que desata. La muerte del Txato es el comienzo y también el fin. El fin de una semilla que se había plantado y que culmina con un atentado. El comienzo de la huida, de superar el dolor, de ser marcado. Conoceremos cada una de las historias, lo que los más jóvenes escuchaban en los bares, los cacheos de la policía sin excusa, los gritos de GORA ETA, los gritos de VIVA ESPAÑA. Y el silencio. El silencio por las muertes. La sangre excusada por la causa y perdonada por sus defensores. El miedo en cada esquina, mirando debajo del coche por si hay una bomba. El temor a ser escogido para pagar el impuesto revolucionario. Y sí, también las miradas que señalan tras una muerte, el exilio obligado para no molestar a los convecinos, las torturas en la cárcel.  

El talento excepcional de Elena Irureta y Ane Gabarin ha hecho que ‘Patria’ sea un completo éxito. Han conseguido hacer de estos personajes completamente suyos, las dos caras de una misma moneda, de una misma historia. El resumen es dolor en mayúsculas. El dolor de perder a un marido, el dolor de una madre por su hijo. Una lucha violenta que intenta defender una causa, la protección de una Patria, de una identidad, pero con sangre. Esta historia nos invita a la reflexión, a pensar bien en lo que hemos vivido y lo que cientos de familias siguen viviendo: el dolor en silencio, el perdón y volver a reconstruir los cimientos de una sociedad que ha sufrido. 

Irene del Río Ver todo

Periodista cultureta. Soy la brújula que marca su propio destino.

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