‘Desencanto’ (T3): la historia de nunca acabar

Raro es aquel que no sepa quién es Matt Groening, el creador de la exitosa serie ‘Los Simpsons‘ y de la excelente (y a mi parecer poco valorada) ‘Futurama‘, que han roto moldes, explorado y analizado la sociedad actual, parodias que dejan entrever la realidad que vivimos día a día. Si bien con ambas consiguió dar con la tecla, aunque con Futurama sufrió diversas cancelaciones y reveses que lo llevaron a crear cuatro películas y volver posteriormente, su tercera serie de animación ‘Desencanto‘ no parece dar con la llave del éxito en su formato.

Bean sigue su aventura en compañía de Luci y Elfo. Tras el enorme cliffhanger del final de la segunda temporada, el trío vuelve a las andadas. En esta ocasión, viajaremos también a dos reinos distintos, Vaporalia con su estilo steampunk y la pomposa Plumilonia. Entretenida, ácida y emocionalmente disfuncional. Psicodelia, drogas y alcohol se unen a la historia para acompañar el absurdo y la fantasía.
El gran fallo de ‘Desencanto’ es el forzar ese hilo conductor obligatorio, esa consecuencia y encadenamiento tan impropio de las otras series de Groening, que acaba resultando forzado y poco dinámico. Esto también ocasiona que no consigamos apegarnos a los personajes secundarios y que a veces nos resulte difícil reconocer su historia o su forma de actuar. Incluso, en esta ocasión, echamos de menos las reuniones del trío o centrarnos en una situación más rutinaria que nos ayude a descubrir más sobre los personajes principales.
Si tenemos que elegir dos personajes que brillan en esta temporada, sin lugar a duda hablamos de Zog y sus nuevos problemas, y del redescubrimiento de Oona, viajera, maternal y alocada. Aunque la ficción no consigue la cantidad de carcajadas esperada, sí que queremos continuar viendo el rumbo que toman los acontecimientos con la esperanza de darle sentido a la vida de Bean.
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