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‘Licorice Pizza’ o la belleza de las cosas sencillas

Hay ocasiones en las que lo bonito se encuentra en las cosas más sencillas. No es necesario grandes efectos ni complicaciones para contar una historia, de primeras sencilla, y que resulte mágica y maravillosa. ‘Licorice Pizza’, de Paul Thomas Anderson, es esa rara avis que se encuentra en contadas veces y que demuestra que lo cotidiano también es bello.

Antes que nada, sí, es larga. Y no, no es para todo el mundo. Amantes del cine más comercial puede que den con una piedra en el camino con la propuesta de Anderson, pero ‘Licorice Pizza’ es para disfrutarla lentamente, ir metiéndose poco a poco en la historia junto a los personajes y vivir como si fuéramos uno más de la pandilla, la historia de amor que va evolucionando a la vez que los protagonistas.

Uno de los principales aciertos es el haber cedido el protagonismo y la responsabilidad de la carga emocional a dos actores noveles. Alana Kane (Alana Haim) y Gary Valentine (Cooper Hoffman) son dos jóvenes, con una diferencia de edad considerable 25 y 15 respectivamente, que se conocen por cosa del destino. Ella, como asistente de un fotógrafo que realiza las fotos del anuario del instituto, y él, como alumno en su último año de instituto al que le surge la chispa, amor a primera vista, nada más verla. A partir de aquí todo irá rodado. Tres grandes actos con muchas idas y venidas, prometer el cielo y la tierra y el paso de la adolescencia a la madurez. Amores adolescentes, celos y venganzas con terceras personas.Pero la magia también reside en que ambos son los perfectos personajes secundarios de una película donde las caras conocidas quedan en un plano muy alejado del principal, y cobrando el protagonismo que se merecen.

Entre medias, la historia de unos buscavidas que harán lo que haga falta para salir adelante. Vender camas de agua, castings varios, o tiendas de recreativos. Todo al ritmo de una banda sonora de infarto y que hará recordar viejos tiempos a los más curtidos con temas como el July Tree de Nina Simone, Stumblin’ In –Chris Norman & Suzi Quatro-, But You’re Mine –Sonny & Cher-, o Life On Mars? –David Bowie-, entre otras muchas.

Y no se puede pasar por alto esa fotografía, bonita, sencilla y que sumerge al espectador en la historia. Con unos planos secuencias orgánicos, con movimientos fluidos y con los que Paul Thomas Anderson muestra que él está en esto del cine para disfrutar de las cosas, hace lo que quiere y cuando quiere.

Una película de 10 a la que volver con el tiempo para disfrutar de las cosas hechas con mimo y gusto. Un remanso de paz entre tanto contenido.

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